ESCENA ÚNICA
Personajes: El Caballo-El Hombre (los dos son el mismo personaje)
EL CABALLO: El Niño ha muerto. El Caballo lo asesinó. Metió esa enorme cabeza negra, dentro de la boca del niño y con sus dientes, mordisqueo lentamente las entrañas. El Hombre vive. El Caballo lo salvó. El Hombre, es un ser insignificante, sin piernas… sin brazos… sin lengua… y sin ojos. El Caballo ha decidido atender al inválido. Dice el Caballo que mató al niño para poder salvar al hombre, yo creo… que lo hizo para salvarse a sí mismo. El Caballo aborrecía al niño y repugna al hombre. Por el niño, lloró ante el tabernáculo de las fantasías humanas, a causa del hombre, devastó todo aquello que le evocará el calvario. Pero no sabe estar solo… no puede, es siervo de un cuerpo oprimido, lleno de las marcas de la tortura y el engaño. Atado a los crines hechos de llagas y llantos de pordioseros.
¡Bienaventurados sean los que creen en la melancolía de Dios, porque de ellos es el reino de la mentira salvadora!
¿Y si matamos al Caballo? -Le pregunto a Luna- fue ella quién me observó, mientras enterraba cuidadosamente al niñito bajo la arena del Namib. Quiero confesarme Luna de agua miel y azúcar. ¡El Caballo quiere confesarse! Pero no le creas nívea mía, tal vez dirá que no debió matar al niño y, lo verás a la orilla del río contar su aflicción a un dios inasible en el que no cree. No merece tu indulgencia Luna de leche agria, ¡mira lo que le hace al hombre! Mira lo que me hace a mí…
El hombre es un espectáculo, más de mil peregrinos han venido desde La Plata para verlo, vienen en silenciosas caravanas rezando por sus muertos, para ellos es un prodigio, pero ninguno se atreve a acercársele, sus mentes se perturban con sólo mirarlo, lo han llamado: “Tremebundo”, adjudicándole poderes santos y milagrosos pero, yo sólo puedo sentir conmiseración por él, ni posibilidad de arrastrarse le ha quedado, no puede pedir limosna, no puede peinar su cabello, ni escribir su odio, ni limpiar su mierda. Sus ojos muertos, mirando lo que nadie puede ver.
¿Y si el hombre muere a dónde iré a parar? ¿Al vacío? ¿A la nada?
En algún momento… mataré al hombre inválido Luna lechosa, lo llevaré sobre mi espalda en un peregrinaje por Palmira, antes de llegar al pie de la montaña de Teumessus segaré al hombre en siete partes, para las siete puertas de Tebas, en Proitides dejaré la cabeza, en Electra el cuerpo, en Neita el corazón, en Honkas los intestinos, en Borraira el cerebro, en Moloides el miembro y Ebdoma los pulmones. Y esperaré a que anochezca y dormiré esperando la llegada de Sémele por siete días, mis siete últimos días.
Tebas… aún recuerdo sus sonidos, los murmullos en las calles.
Sin necesidad de ver a la gente, sabía que estaban ahí, porque se transformaban las casas, los olores se desprendían del suelo y había luz en las noches. Tebas no es nada parecido a este desierto, donde nada ocurre, donde nada se transforma.
¡Bienaventurados sean los que tienen un cielo y un infierno a donde a llegar! Despreciable yo, que no hay nada antes ni después de mí.
El niñito creaba la existencia del universo mediante sus sueños, nació como todos los dioses, en el océano del ombligo del huevo cósmico. Él, era el primer hombre, el hombre antiguo, en busca del paraíso de oro y piedras preciosas. Ahora, muerto, recorrerá cada noche el cielo en su carro de agua y, yo seré su corcel que lo llevará a los mares de lagrimitas de los agnósticos.
Niño, niñito fariseo, no podía dejar que mataras al hombre, yo sé que sufre, que llora sin que nadie sepa que lo hace, que intenta gritar todos los días, que extraña sus piernitas, sus bracitos y sus ojitos. Sé que vive sabiendo que tendrá que esperar a la vejez para morir. Y sé también que me odia. No sabe que tengo miedo, el miedo de los hombres ante el vacío, el miedo a la bomba, miedo a las armas, el miedo al dolor, mi miedo a ser olvidado. A veces siento como si mil hombres estuvieran encima de mí, yo sé que son instantes de muerte. Entro en un espasmo imperecedero, mi ser es absorbido por el ojo de un aguja, esos segundos se convierten en eternidad, el cuerpo se tensa y el cerebro se paraliza. Sé que en ese momento estoy muerto. El miedo viene después, cuando regreso a la conciencia de mi ser, al mundo que he construido de pequeños papeles blancos y siluetas rojas.
¡Bienaventurados los que lloran y renacen en la histeria colectiva, por qué siempre habrá un consuelo a su padecer!
Sémele, yo fui un admirador de los héroes, de esos que luchan en contra de los represores. Fui un admirador en busca de la Libertad. El que amaba a los poetas y a los revolucionarios, el que seguía fielmente los designios de la entereza, y formé mi historia con sucesos sobrehumanos. Cantaba para todos aquellos que sus pensamientos alimentaran mis carencias. Y amé todo aquello que ellos amaron. Y luché por todo aquello por lo que ellos lucharon, amé a sus mujeres y ame a sus borrachos, y aún así, fui infeliz, porque me faltaba el ánimo de los héroes, la fuerza de Medea para acabar con el mundo con sólo desearlo. Por eso busqué día tras día tu amor. Que tú me quisieras, sería mi amparo, me convertiría en un luchador, en un hombre, en uno de esos; mis libertadores.
¡Ámame! Ámame como se ama a lo imposible, con potencia desmedida y cólera. Y cuando me hayas amado, este cuerpo mutilado morirá. Mi amor no es un juego de ciegos, ni tampoco el remoto escondrijo de la soledad. Mi amor ha nacido del tiempo y de los musgos viejos de las rocas. Sémele, por ti asesiné al niño… mi conciencia y mi humanidad. Sólo he quedado yo, un pedacito de macho destrozado y eso es lo que necesita ser amado y que tú te has negado secamente amar.
Dulce e insidiosa Sémele, después de muerto te esperaré siete días y seré repartido para las siete puertas de la ciudad de Tebas. El niño y el inválido se unirán a mi cuerpo, como en el principio, cuando éramos los tres y uno al mismo tiempo. Y seré un héroe para los hombres, pues habré conquistado al amor. Ni vacío ni miedo habrá pues me llenaré de la sangre de los ahorcados y de las mujeres violadas. Los besos de los ancianos me cubrirán por las noches y pequeñas ramitas de eucalipto encima de mi rostro, me harán una sonrisa nueva.
Soy lo que los hombres nunca amaron.
Soy el único que logró separarse en tres.
Soy el que supero la miseria levantándose como un Titán sobre el mar.
Soy un superviviente ¡El mundo fue como yo quise que fuera! Los hombres comprendieron que lo único importante de ellos mismos, era eso que se revelaba más allá de su conciencia, lo que no podían ver.
Soy libre de ideas y amante de mis tristezas.
¡Muerte al hombre! ¡Al niño! ¡A la mujer! Por qué no han sabido más que ser lacras y porquería. ¡Grita hombre y enójate contra quién te hizo esto! ¡Golpea fuerte el pecho del maleante y del asesino! ¡Destruye la imagen! ¡El sonido hueco! ¡El perro muerto! ¡La puta de la esquina! ¡El griterío de la gente! ¡La mano rota! ¡El escudo frágil! ¡Mi vida…! Acaba con los cerdos.
¡Maldito el hombre que está ahí! su sangre es agua para los peces. ¡Muere hombre! ¡Muere! Y gime cómo lo hacías mientras convertías en esclava a la mujer que yo ame. Sobre ti la sal se convirtió en polvo, sobre ti la tierra se transformó en mierda. Buscabas la belleza, el espíritu del héroe, lo que nunca pudiste ser.
Hombre, hombrecito mutilado, la perfección no puede ni debe ser alcanzada, ahora puedo decirlo… mis palabras son como fardos llenos de lepra que me destruyen. La belleza penetró un día en mis fanales convirtiéndome en el dictador de los cuerpos ulcerados, en el detector de la pureza, en el seguidor fiel de los héroes. Más ni tú mi hermosa Sémele tenías esa excelencia, de las noches atezadas, de esas noches de Luna tostada, cuando salen a bailar los mulatos del trópico a colmarse de la luz de la creación para hacer que nazca de nuevo la tierra. Eras casi todo, el canto nostálgico de las campesinas, el golpeteo del mar, el olor a pan y a miel, el trazo tierno del pintor viejo… mas nunca pudiste protegerme del miedo Sémele.
Lloré, de verdad lo hice. Descubrí que no soy un Dios para transformarte, ni siquiera un pequeño creador de emociones.
Cuando lo entendí… no quise deambular más en el mundo. Corté mis piernas.
Cuando me rendí ante las blasfemias y las mentiras de los hombres. Arranqué mi lengua.
Cuando me fastidié de ver el aniquilamiento. Vacié mis ojos.
¡Pero aún podía sentir las cosas! Corte mis manos para que no siguieran dibujando en mi mente el dolor y la agonía humana
¡Pero aún escucho al puto mundo! ¡Las voces! ¡Los llantos y los griteríos de las mujeres locas! ¡Aún puedo imaginar la guerra! Y el abandono, la miseria.
Sémele, sabes… que no fui un héroe de noches de pájaros verdes, mi espíritu débil igual que el del todos los hombres anhelaba la Libertad huyendo del sometimiento.
Ahora estoy aquí. Exilado en este desierto, olvidado por los dioses y castigado por los hombres. Pero tu Sémele, sabías de mis dolencias, de lo mucho que quería ser un héroe, que deseaba ser amado, que odiaba a los ignorantes, a los perversos y a los rastreros. Yo quería como todo héroe hacer de su pueblo, un pueblo un perfecto. ¡Y hoy condenado a este maldito desierto! Donde cada noche enloquezco por haber matado lo que más amaba, tan sólo se trataba de un poco de amor, pero dime Sémele ¿quién me amo? Tú nunca me amaste y cualquier otro amor era pueril para mí. Tú te entregabas al más grande, al líder, y me despreciabas por no ser un héroe como él.
Yo no fui perfecto, me parecía más a las ratas que a uno sólo de tus cabellos. Te toqué esa noche con la mano más tierna que surgió de mí, y te bese con el amor más profundo que tengo, pero para ti eran como rocas golpeando tus labios y, mis manos parecían producir llagas en tu cuerpo. Y gritabas, ese sonido estridente de tu garganta que sofocaba mis pensamientos mientras mi cuerpo atacaba el tuyo. Yo te maté Sémele, con estás manos de esclavo, fui el torturador, el verdugo y como todo hombre que se ciega ante la pena, la vergüenza o el odio, como cualquier otro yo cercené mi mundo. Si quieres vengarte, estaré aquí toda la noche… toda esta noche.
Yo… niño pequeño.
Yo… luz azul y cuerpo carcomido.
Yo… diminuta soledad.
Yo… ¡el Caballo! ¡el Hombre! ¡el Niño! la Nada.
Mi muerte Luna… será lo justo para los sensatos y los cuerdos. Los hombres han venido dispuestos a matarme, no les cierres la puerta, no puedo más que alegrarme por su odio. Creo que viene por qué saben que maté al niño, por qué saben que no soy perfecto. Cuando muera yo, morirá el mundo, igual que murió el amor cuando maté al niño. Quiero ver el agua en los rostros de los cerdos, quiero que griten como lo hice yo encima de mi mujer. Luna tú no sabes lo que es nacer de la mierda y alimentarte de ella, si creyera en algún dios, lo ahorcaría, lo odiaría tanto como me odio a mí, porque de esa forma podría culparlo por haberme hecho un hombre torpe, sin embargo sé que no es así, guardo mi cordura sabiendo que es el hombre propiciador y ejecutor de las desgracias y las fortunas.
El Caballo es el Niño.
El Niño es Dios.
El Caballo es el hombre.
El Hombre la humanidad.
El Caballo es el deseo, la mente, lo escondido, la soledad.
Quiero dormir Luna… para imaginar que son otros los que me aman, que Sémele está a mi lado, qué regreso a Tebas, que soy perfecto, que soy el héroe que dio Libertad y fuerza a los olvidados. En mi reino los cerdos no visten ropas finas, ni conducen nuestras riquezas, los hombres no son ciegos, ni mudos, ni mancos, ni paralíticos. Un reino, donde lo único que hay que ambicionar es el tiempo de vida.
¿Cuándo llegó a mi esta soledad? Está noche e intentado recordar un momento donde el dolor no me haya alimentado. No logró evocar alguno. He querido construir toda mi vida una muralla en medio del mar. Los sueños de los hombres son las alegrías de los dioses.
¿Y si matamos al caballo? Él ya no quiere sufrir, si muere habrá un cobarde menos. Mató al único niño que pudo darle paz al hombre. Yo no quiero darte muerte hombre, no quiero asesinar más…
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