Nada poseo.

Nada busco.

Nada deseo.

Instrumento de mi voluntad.
Atravesado por mí,
me habito
en los recovecos
de mi inconsciencia.
Me hallo frente a mi rostro.
Éste se aclara
porque se desvanece;
toma su forma verdadera.
Que no es forma sino
aullido añejo y polvoriento
de mi antigua esencia.
Ahora devengo en mí.
Me destruyo para re-construir-me
derrocando a la máscara
de las mil muertes.
Metamorfoseado en un ‘yo’,
me disfrazo de mí, de ti, de todos.
Desollando las profundidades
de mi cuerpo ahora expuesto,
aún respira la llama de mi origen,
íntimo y pequeñito,
eterno y descontrolado,
encarcelado en mí mismo
me expando más allá
de la carne, de la piel, de mi imagen.
Soy.
En sí.
Soy
En mí.
Soy.
Como la piedra, el mar y los árboles.
Soy lo que soy.
Estoy siendo eternamente.
Como las olas del mar, cíclicamente.
Emancipado de lo humano,
libre del dolor y la pena,
de la pesada carcasa,
del pensamiento y el habla.
Inconsciente de mí, logro ser yo,
como el agua, como el fuego, como el viento.
Mi carne inmune al fuego
es hierro y herrumbre.
Más que hombre,
bestia, un dios.
Mi nueva vida…
la inmortalidad.
Arrojó a los pies de los hombres
el llanto y el lamento,
los gritos inciertos del destino
y del cruel nacimiento.
Pobre y olvidado,
dejó atrás al hambriento niño.
Nada puede hacer un golpe,
donde se ha incrustado
una cólera terrible.
Acicate, heráldica alma.
Arrójate con furia y terror a lo imposible.
Tu muerte es acto pasajero.
Inextinguible animal.
Hombre-oso.
Hombre-lobo.
Hombre-bestia
¡Animal, animal, animal!
¡Que ruge, que muerde, que ataca, que caza!
Muda de piel, de cuerpo, de brío.
Has del rugido tu habla.
Has del aullido tu llanto.
Se la bestia, el animal.
La imperfecta complexión,
la sombra de lo humano.
Ser dios en vez de hombre.
Bestia embestida en mis adentros.
Arde, revienta, explota.
Impacto del devenir animal.
La deidad solo aguarda a aquellos
que despojados, libres y vacíos
se embriagan de sí mismos.