En algún momento de mi vida me consideré talentosa, que había nacido con dones especiales y extraordinarios que validaban y explicaban mi inclinación por el arte. Guardaba secretamente esa ilusión. Fue a la edad en la que muchas ilusiones se acumulan con la esperanza de que sean verdaderas, por lo menos, así lo pensaba en la infancia, incluso, en la adolescencia. Ahora sé que no es así. Bajo ninguna circunstancia detectó en mí algún talento. Inclinaciones y gustos, sí y muchas. Me veo con mayor objetividad. Creo, que he logrado romper la ilusión y que poseo una radiografía más exacta de lo que soy. Y el no ser excepcional no me causa molestia alguna.
De vez en cuando, en raras ocasiones viene al mundo un ser portentoso, y en esos casos no queda más que reconocer tal nivel de excepcionalidad. Ante ellos, uno encuentra su verdadero lugar. Se aprende a ser humilde ante lo glorioso de aquellos tocados por el dedo de lo prodigioso. Y no queda más que, dedicarse al arte con la consciencia de que será imposible igualarlos, por tanto, uno comienza actuar con mesura y respeto. La vanidad desaparece.
Tampoco supongo que sea yo como aquellos artistas que sabiendo sus limitaciones trabajan en intentar compensar sus deficiencias, los cuales tienen una importante valía, por supuesto. Debo confesar que soy poco disciplinada. Me falta rigor para atacar mis debilidades.
Soy una artista que más bien se complica la existencia. A la que le pesa el mundo, la vida, las personas. Que tiene dilemas, que se atormenta todos los días intentando encontrar el lenguaje perfecto, el camino, la idea o la imagen que describa con precisión lo que he imaginado.
Caótica. Soy un artista del caos. Así me describiría. Hay meses, años, en los que escribir me fatiga, o en los que simplemente no hallo las palabras, y otros, que me vienen las palabras a chorros, como cascadas que se me salen por la boca, los oídos y los ojos. En otros momentos las palabras me vienen a cuenta gotas, forzadas… Puedo ser fructífera, aunque puede suceder que se me agolpen las palabras en el interior, y se atasquen dentro de mí, y ni a martillazos consigo que salgan. Algunas más, debo ir por ellas, se esconden en lugares insospechados, en habitaciones desconocidas y entonces me hundo en oscuridades interminables en las que me extravió y olvido el camino de regreso.
Caos, esa sería mi palabra. Ninguna de mis obras es continuidad de otra. No avanzó de forma lineal. Voy dando saltos erráticos que van de un lado a otro, de arriba hacia debajo, de un plano hacia otro. Sé bien porque la disciplina y el trabajo riguroso no se me dan. Detesto la monotonía, odio seguir la rutina. Me reveló ante la guía de los demás. Oh, las órdenes. Esas sí que pesan. Yo prefiero la libertad. Ir en contra de todo y contra todos. Cuando medio mundo desea el éxito, yo ansío el anonimato; cuando la belleza es perseguida obsesamente, yo me desvió y busco el horror, lo abyecto, lo extraño; y si todos comienzan a buscar lo mismo, entonces yo, busco la belleza. Avanzo en solitario, contra corriente y a veces eso me duele y quisiera acomodarme, decir que estoy de acuerdo con los demás. Tal vez esa reticencia no sirva, y me gusta no servir. Los demás quieren ser provechosos y rendir, yo no. Soy un artista inservible, entregada a mis caprichos, a mi terca necesidad de buscar el camino donde solo esté yo.
Diana Rossette Luciano
3 de agosto del 2021
Ciudad de México
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