EL HÍBRIDO HUMANO
Exégesis:
El cuerpo humano se encuentra en una constante metamorfosis. En un proceso de autodestrucción y autoreconstrucción, en una crónica lucha por la fijeza de una forma. La forma humana se imprime en breves instantes en el tiempo, pero no permanece, se transfigura lánguidamente, no deja de ser en totalidad una forma reconocible, pero nunca es la misma.
El interior y el exterior del cuerpo sufren el mismo proceso, la autodestrucción diaria de nuestras células dan paso a una auto-reconstrucción de las mismas. No poseemos el mismo cuerpo de la infancia, todo ha sido renovado y transformado en pro de prolongación de la vida y la vicisitud de la muerte.
Tal parece que el cuerpo humano está condenado a ser una larva eterna. Sin forma definida debe entregarse a la duda de saber quién es, pues no se es aquel de la infancia y no se será él de hoy. Tal vez nos conforma la transición, somos procesos, nuestro cuerpo verdadero es el de la metamorfosis.
Pero el cuerpo llega al límite, no como el fin de un desarrollo o la culminación de la forma hallada, como sería para el insecto o el anfibio, es la muerte la que detiene nuestra metamorfosis. Somos recordados en nuestra última figura, la muerte de un niño lo inmortaliza en aquel cuerpo infantil, lo bautiza con una forma y entrega a la memoria de los demás una materialización, una idea, algo acabado de lo que el otro fue. La muerte otorga la quietud y la recompensa de ser alguien.
Pero puede que esa no sea la única metamorfosis que sufra el hombre. El hombre es una bestia que sufre siendo hombre. En el intento de despojarse de toda animalidad, el hombre debe autodestruirse y auto-reconstruirse hacia lo humano. Lo humano no como un género sino como un ideal de evolución. Entre más alejado de lo animal el hombre se siente aliviado pues alberga la esperanza de llamarse y habitar lo humano. Lo humano es la construcción final de una forma, porque lo humano es una decisión y lo animal es lo que se es, la forma inicial. Pero no basta ser animal, el hombre aspira a convertirse en algo más y ese algo implica la trasgresión, la modificación de esa forma. El hombre ha decidido en lo que se convertirá. Se trata de una metamorfosis planeada y no biológica, una metamorfosis anti natura. El control sobre el propio cuerpo es una ilusión, el hombre basa su existencia en una falta de estabilidad que le es desconocida. Se cuestiona la identidad y los valores que se consideraban conformadores del hombre el cuerpo es reconstruido y sus fronteras traspasadas y/o superadas.[1] La agonía viene en esa falta de estabilidad de la forma. En las pinturas de Bacon la solución es la reconstrucción del animal.
Bacon ha sido un gran explorador de la metamorfosis, en sus pinturas el cuerpo humano es una larva en transición hacia la animalidad, cuerpos deformes en busca de encontrar la anhelada forma, es más un devenir, un encontrarse con el origen. Deleuze haya en las pinturas de Bacon cabezas y no rostros, el rostro es una organización espacial estructurada que recubre la cabeza, mientras la cabeza es una dependencia del cuerpo, aun si es la punta.[2] Pues rostro pertenece a lo humano y en la cabeza habita lo animal. El rostro es síntoma de individualidad, de historia de personal, de limpieza, de hábitos, de un quién, mientras la cabeza pertenece sólo a los cuerpos.
Pero el animal no logra ser suprimido, este queda en espera, en lo profundo y se ubica silenciosamente dentro de lo humano. El animal es un cuerpo latente que no existe pero que queda en espera para existir. Su latencia es el riesgo que pone el peligro la forma humana. Entonces el hombre es una larva tanto en forma como en espíritu: El hombre deviene animal, pero no lo deviene sin que el animal al mismo tiempo devenga espíritu.[3] Larva, porque en él coexiste el animal y lo humano, lo biológico y lo artificial. La conquista de lo humano sólo es una quimera a la que aspira el hombre.
Pero en ese cuerpo larvario habita el espíritu del animal como un ente latente que espera fermentándose hasta poder surgir con voluntad de una forma que se elige, así, surge como posibilidad. El animal habita en lo profundo de la forma humana, siempre en espera de emerger, pues en acción reprimida se le ha oculta. Deleuze refiere: No le falta espíritu, es un espíritu que es cuerpo, soplo corporal y vital, un espíritu animal, el espíritu animal del hombre: un espíritu-cerdo, un espíritu-búfalo, un espíritu-perro, un espíritu-murciélago…[4]
En tanto, el animal no padece de la condena de la eterna metamorfosis, pues el animal posee cuerpo y cabeza, no ha de renunciar a ella y, si le sucede la metamorfosis no es un síntoma de represión, sino una transición que lo ha de llevar a poseer su forma duradera, porque ha aceptado lo que es, mejor dicho no lo evita, es cuerpo, es animal. El animal puede conquistar su forma y permanecer en ella, y jamás pertenecer a lo humano, prescindiendo de la lucha de la forma indefinida. Para el animal la muerte no implica una preocupación, el animal no depende de su historia personal, ni desea tener rostro, sus acciones se implican en el presente, no víctima de los hábitos, la vida no le representa un cisco, es un estar.
Así que el hombre debe regresar a la animalidad para combatir la indefinición: el animal representa la indestructibilidad, se vuelve horror y compasión. Somos carne animal, animales en potencia. El devenir del animal le otorga al hombre forma, una forma humana pura y simple, se trata de forma humana-animal, el cuerpo animal que permite ser más humano, pues trasformado en animal, el hombre puede guiarse por el instinto, y despojarse de la construcción de lo humano y ser un cuerpo, manteniendo finalmente un forma definida, pero la forma animal no se trata de un involución a lo primitivo, sino de un acontecimiento, de un suceso, de una encontrar una forma surgida tras la metamorfosis, un nuevo cuerpo: el cuerpo como un objeto mutilado que regresa a la animalidad, que se encierra y enfrenta a sí mismo desbordando los estereotipados discursos de la masculinidad y la construcción cultural de los géneros. [5]
Ser hombre-gato, ser hombre-ave, ser hombre-cerdo. Ir más allá del organismo para encontrarse con el hombre. El hombre siendo hombre, que sea guiado por el instinto. El hombre que gruñe, que brama, que aúlla, que sangra. Que derriba la idealización y sin apariencia, logrando ser sólo hombre-animal.
Texto escrito para la creación de «Metamorfosis».
Diana Rossette Luciano
22 de abril del 2014
Ciudad de México
[1] Adolfo, Vásquez Rocca, Francis Bacon. De la metamorfosis a la disgregación.
[2] Gilles, Deleuze, FRANCIS BACON, Lógica de la sensación IV – El cuerpo, la carne animal y el espíritu, el devenir-animal. p.14.
[3] Ibídem
[4] Ibídem
[5] Adolfo, Vásquez Rocca, Francis Bacon. De la metamorfosis a la disgregación.
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