Esa es la sangre del jabalí. Se ha secado desde hace días. Supe que había muerto porque aquella mañana entró una mosca por la ventana de la cocina. Se colocó en la mesa, cerca de las frutas viejas. Su cuerpo tornasol brillaba bajo la luz de la mañana. Se lamia religiosamente los tarsos cubiertos de sangre. Seguro que se complacía con el sabor de la sangre. Lo deduzco porque se frotaba minuciosamente todo el cuerpo con las diminutas patas. ¡Tanta sangre fresca debe ser un manjar para una mosca! ¡Ah, cómo desee ser los ojos de aquella mosca!, para poder mirar la muerte como alimento. Para mí fue obvio, esa era la sangre del jabalí y esa era señal de que comenzaba nuestra desgracia.’
Diana Rossette Luciano
12 de mayo del 2016
Ciudad de México
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