Estación número siete Fragmento de “Autorretrato de un águila rota”
Por Diana Rossette Luciano
En video se proyectan sobre una pantalla gigante las vitrinas de la sección de Etnografía del Museo De Antropología e Historia de la Ciudad de México. Se muestran los maniquíes vestidos con la ropa de personas de diferentes pueblos de México, colocados en escenarios que representan sus hogares, acompañados de fotografías y videos.
Al terminar el video, una luz se enciende para iluminar una muñeca mazahua gigante que se encuentra al centro del escenario. Lleva en las manos otra muñeca pequeña igual a ella. Cabizbaja, la muñeca gigante comienza a moverse lentamente, como si cobrara vida, mira a la muñeca pequeña y se mira a ella, mira sus manos y su ropa, extrañada, mira a los espectadores. Los recorre con la mirada. Tira la muñeca a un lado. La muñeca gigante se quita la cabeza y las ropas y solo queda una mujer con ropas de trapo y costuras, aun lado tiene una canasta llena de pequeños espejos. Ella toma uno y se lo coloca en el cuello, después toma la canasta y va repartiendo a los espectadores los espejos. La pantalla se enciende nuevamente y la mujer dirige su mirada hacia ella.
En la pantalla se proyecta un video con el testimonio de su madre. La mujer se sienta a ver el video. Cuando el video termina, la luz se paga y se enciende un cenital sobre ella. Se escucha de fondo el canto triste de un hombre. Con la mirada llena de lágrimas, busca a su alrededor y encuentra a la muñeca en el piso. La levanta, le llora, mientras saca de entre sus ropas un pequeño cuchillo y perforar con violencia el pecho de la pequeña muñeca, destruye su rostro y corta su frágil cuerpo. Avienta la muñeca y el cuchillo y se mira en los espejos de los espectadores, lleva sus manos al rostro como si quisiera arrancarse la piel.
LA MUÑECA.-
Maldita, maldita seas. Maldita seas tú y toda tu familia. Maldito tu padre. Maldita tu madre. Malditos tus hermanos.
Y también, tus malditos hijos.
Maldita.
Maldita sea tu nombre.
Mil veces maldita. Maldita la vida que posees. ¡Maldita, maldita, maldita seas! porque no puedes dejar de ser tú, ni aparentar otra cosa.
¡Maldito sea tu rostro! ¡Maldita tu piel y tu raza! Malditos los ojos con los que te miras. Y malditos los días en que te lloras… Maldito el lugar y el día en que naciste, Y maldito el día en que te mueras. Maldita tu infancia.
Maldita tu vejez.
Maldita eres, maldita serás, Maldita de por vida.
El estigma del pasado te persigue, Pobre maldita…
¡Llora, grita y revuélcate en tu miseria! ¡Golpéate contra las puertas, Reviéntate a mazazos,
Y restriégate en la desdicha!
¡Maldice tu cicatriz,
porque te ha hecho maldita! Rajada vives, rajada de por vida. Rostro marcado y pecho herido. De ti nacen lirios pero también rapiñas De tus ojos brotan las mañanas
y las podridas penas.
Pobre de ti, mujer maldita.
Maldita me dicen todos. Maldicen mi origen, mi lengua, y mi cultura.
¿Cómo se deja de ser una maldita? Si los malditos que me maldijeron insisten en llamarme maldita. Maldita seré pues, porque está vez, La maldita no dejará que la maldigan.
La mujer se dirige a los espectadores y les cuenta su historia, les dice quién es ella, de dónde viene y dónde ha crecido. Les muestra que en ese Museo, el de Antropología e Historia está exhibido el huipil de su bisabuela; que las fotos que ha mostrado al inicio entremezcladas con fotos históricas y de otras personas, son de su familia. Mientras se va vistiendo con nuevas ropas, ella narra su vida sin pena. Al final de su testimonio el policía que había estado espectando interrumpe la escena para dar también su testimonio y confesar que él también es indígena.
8 de marzo del 2026
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