MADAME BUTTERFLY
Escena tercera
Fragmento de “Corpus:cuerpo-memoría-cicatriz”
por Diana Rossette Luciano
Una mujer se encuentra suspendida del techo. Su cuerpo desnudo está cubierto por completo con un plástico transparente que aprieta sus músculos sudorosos. La imagen es tal, que se asemeja a una brillante e inmóvil crisálida gigante. De pronto, la mujer comienza a retorcerse como si de golpe tras un largo letargo, ella se asfixiara. Mientras se mueve desesperadamente alcanzamos a ver en su cuello una gruesa soga la oprime. La mujer en su intento por respirar se desmaya. Lentamente la cuerda comienza a descender melifluamente hasta dejar a la mujer en el suelo. Tras unos segundos de silencio y quietud, súbitamente la mujer reacciona respirando agitadamente, tomando bocanadas de aire que provocan que el plástico se le pegue al rostro. Ella se sacude, se zarandea angustiosamente para despojarse del plástico y de la soga que le aprieta la garganta. La mujer lucha hasta quedar libre. Abre los ojos. Voltea a ver desconcertadamente a todos lados hasta que, al final, fija su mirada en los espectadores.
MADAME BUTTERFLY.- Nací muerta. El aparatoso cuerpo maquinal que me gestó se había empeñado en no soltarme. La salida se había convertido en una tortuosa tarea. No podría precisar si era yo a la que le resultaba insoportable seguir en aquellas filosas entrañas o mi recipiente parlante se encontraba sujeta a su deseo reprimido de retención. El plan era no dejarme salir viva. Me tenía en el duelo entre el afuera y el adentro. Ni muerta ni viva. Su plan era no soltarme y convertirme en su eterno feto. El lánguido y sanguinolento embudo de alimentación se transformó en una amenazante soga que constreñía mi cuello. Y
terminé con el cordón umbilical asfixiándome hasta la muerte. Así fui llevada a la horca minutos antes del nacimiento o ¿era yo una crisálida suicida?
Muerte breve. No la recuerdo. Da lo mismo. Nadie se acuerda del momento en el que es expulsado a esta miserable existencia. Y aunque mi nacimiento fue la muerte, la obligada regla de la vida arrojó sobre mi frágil cuerpo, oleadas de electricidad, como cuando se intenta echar andar un coche viejo.
Con torpe andar, con nuevo aliento este cuerpo inició su vida.
Aquí estoy. Sin nada, desnuda… sola frente al mundo, frente a ustedes. –No, no tan sola, mi muerte me acompaña–.
Sé que miran, sé que sus ojos se posan en las formas de mi carne, en mis ojos, en mi cabello, en mi sexo. ¡Veanme! No me importa. Sé estoy hecha a pedazos: un ojo, un pie, un brazo pegados a mí tímidamente. Me cosieron mal, puntadas aquí, puntadas allá, unida con podridos hilos y pegamento rancio. Mis miembros se van desprendiendo, un día se me cae un brazo, otro, se me cae un pie, una oreja… ahí me ves, tratando de unir todo nuevamente para que no se note.
¡Aún soy un tenaz renacuajo que sigue peleando por su vida en un mugroso charco de lodo que se va secando rápidamente por el sol del mediodía!
Aquí estoy. Sin nada, desnuda, sola y hambrienta. Atestada de un hambre que no se sacia. Devoradora, insatisfecha, violenta… Lo quiero todo, en mi absurdo intento de llenar la nada.
Soy como la Muerte. La eterna hambrienta con un hueco de entrañas.
¡Meter, meter, meter! ¡¿Para qué?! Para que todo salga de mí sin remedio como un colador. Eso soy, ¡un maldito colador que con nada se queda! Más que con los enormes agujeros de su existencia. Y si nada se queda, hay que expulsarlo todo. ¡Afuera, afuera, afuera! Nada, nada en mí, solo ácidos gástricos y aparatos oxidados.
(Del techo comienza a caer Una fina línea de sal. Esto se hará constantemente hasta convertirse en un montículo)
Aquí sigo… sola, hambrienta y abandonada. Frente a ustedes que me miran, frente a ti y a ti y a ti, mejor dicho, frente a cada uno que cree que me miras.
Hoy, aquí, en este espacio te enseño mis intimidades, mis huecos y anhelos. Pero tú no me miras… Mañana podríamos toparnos en la panadería o en un café, y para ti sería el rostro de una desconocida más. La verdad es que yo tampoco te miro. Te escondes en la oscuridad. En el lugar cómodo del espectador y yo de este lado cegada por el reflector, no puedo distinguir más que siluetas que me juzgan.
(Con sus dedos toma un poco de sal y se lo lleva a los labios, lo saborea tiernamente y con mucha calma) No puedo reprocharte algo, no sé quién eres ni cómo te llamas. ¡Qué más da quién eres! Lo importante, lo fundamental es que sin importa quién seas yo quiero lo todo lo que tú quieras, quiero lo que tú tienes.
¿Quieres agua? ¡Yo también! ¿Quiéres salir corriendo de este lugar? ¡Yo también! ¿Quiéres que te suban el sueldo en tu empleo? ¡Yo también! ¿Quiéres ser famoso? Qué casualidad ¡yo también! (cada vez irá comiendo la sal hasta atascarse) ¿No ves que estoy vacía? ¡No, no lo ves porque el vacío no se mira! Incorpórea me he vuelto. TRANS-PA-REN-CIA.
Quiero tu aliento.
Quiero lo que tú deseas. Lo que tienes y que con tanto ahínco desprecias. Quiero tus más vergonzosos sueños. Quiero lo que te duele y que bien ocultas. Quiero to-do, TO-DO lo que tú amas y lo que odias, eso lo quiero aún más. Quiero tu vida. ¡No, no, no, no solo tú vida! Quiero tú aliento, tu alma, cada célula que en ti habita, cada rastro de tu ADN o lo que sea que te configure. Quiero tu ropa, tu pelo, tus ojos, quiero tu lugar de ahorita, ese donde estás sentado y desde el que me miras. Quiero a tu madre y a tu padre, a tus hermanos, ¡incluso, los quiero más que tú! Quiero tu miserable trabajo y tus tediosos días, cuando mirás tu celular absorbido por el hastío y el cansancio, y los días en los que te masturbas soñando con las personas que nunca tendrás mientras te conformas con tu
aburrida y apagada vida amorosa. ¡Quiero a tus odiosos hijos! ¡A tu perro y a tu gato! Esos que ni siquiera les gusta que los acaricies. ¡A tu vecina! Sí, yo quiero a tu vecina y a tu viejo amigo de la escuela, ese que te molesta que te llame en cada cumpleaños porque te recuerda de dónde vienes y a dónde no has llegado. Quiero tu pasado, quiero cada uno de los lugares en los que has estado. ¡Te quiero para mí! Devorarte por completo, que no quedé nada tuyo en el mundo, que me alimentes con todo lo que eres, como una res en el matadero, como un alacrán comido por hormigas, como comida en un restaurante chino. ¡Sí, eso quiero! Devorarte por completo. Y sentir como se inflama mi estómago con mi ingesta. ¡QUIERO SER TÚUU!! ¡¡Quiero tu muerte y lo que traigas en los bolsillos!! ¡¡¡¡Lo quiero todo!!! (Suplicando) ¡¡Quiero que me ames, que me odies, que digas mi nombre, que me implores, que me maldigas! ¡¡¡Que solo el nombrarme te cause repulsión y asco!!! ¡Quiero comerte y desaparecerte! ¡Te quiero aquí y te quiero muy lejos! (Se baña en la sal)
Quiero vivir y morir. Que me golpeen. Que me ahorquen y que me dejen sola en este charco como un renacuajo, y que me quieran… yo quiero que todos ustedes me quieran, porque sí, sin razón alguna, incondicionalmente. ¿Acaso no quieres tú lo mismo?
Quiero que me mires, ¡mírame! ¡Mírame ya! (Gritando) ¡Mírame solo a mí! (Gritando más) ¡Mírame!
¿Qué tiene de malo desear? ¿Quién dijo que desear es pecado? Tal vez aquellos que lo tienen todo. Aquellos a los que les basta una rama y una hoja. Pero a mí no me colma nada. Todo me atraviesa. Llega y desaparece. Nada puede calmarme, porque nada me llena. Es culpa de la Muerte, que me dejó aquí a medio morir eternamente. Hija bastarda de la Muerte. Mi madre terrible y devoradora, me ha dejado aquí sola y hambrienta, devastada, porque busco un alimento que no se convierta en polvo antes de entrar en mi boca. Una que no me sepa a cal, ceniza y sal.
Soy una máquina que procesa, que devora, que tritura, que muele y machaca, que exprime, que escupe, que abandona… ¡Comer, comer, comer, desear, comer para que la angustia no me lleve! (Se acuesta en el piso como una pequeña sola) Para llenar los huecos de mi cuerpo, para no sentirme muerta.
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