ESCENA PRIMERA
Una mujer se encuentra suspendida a gran altura. Su cuerpo desnudo está cubierto por completo de un plástico transparente que aprieta sus músculos sudorosos; se asemeja a una brillante y gigante crisálida. Pesadamente se mueve, desciende la mujer-crisálida, quien se encuentra sujeta por una larga correa que le rodea el cuello. Cae melifluamente sobre el suelo. La mujer se sacude y se zarandea desesperadamente para despojarse del plástico que la cubre, logra quitarse el cordón que le aprieta la garganta. La mujer lucha hasta quedar libre. Abre los ojos. Voltea a ver desconcertadamente a todos lados hasta que al final fija su mirada en los espectadores.
MADAME BUTTERFLY.- Nací muerta un 3 de abril de 1980. Los médicos, serían los primeros en oponerse a mi muerte. Logrando con éxito que mi lánguido cuerpo tomará el aire que necesitaba para comenzar una serie de respiraciones que, hasta el momento no se han detenido. El aparatoso cuerpo maquinal que me gestó, se había empeñado en no soltarme. La salida se había convertido en una tortuosa tarea para un cuerpo tan insignificante como el mío. No podría precisar si era yo, a la que le resultaba insoportable seguir en aquellas filosas entrañas o, sí mi recipiente parlante se encontraba sujeta por un deseo reprimido de retención, o bien, estaba sujeta a una especie de culpa que le sugería no dejarme salir viva. Todo esto me tenía en el duelo entre el afuera y el adentro. Ni la muerte ni la vida se me permitía. Tal parece que el plan de mi progenitora era no soltarme y convertirme en un eterno feto. Y en cierta medida, así lo hizo. He sido un eterno feto. Un ser inacabado, enfermizo e indefenso.
El lánguido y sanguinolento embudo de alimentación se transformó en una amenazante soga que constreñía mi cuello. Terminé con el cordón umbilical asfixiándome. Llevada a la horca antes del nacimiento. Una crisálida suicida. Muerte breve. No lo recuerdo. Da lo mismo. Nadie se acuerda del momento que fue expulsado a esta miserable existencia. Y aunque mi nacimiento fue la muerte, la regla de la vida humana arrojó sobre mí frágil cuerpo oleadas de electricidad, como cuando se intenta echar andar un coche viejo: ¡Tzzz, tzzz, tzzz! Mi torpe andar, mi nuevo aliento para este cuerpo que nació descompuesto.
Aquí estoy, sin nada, desnuda… sola. No, sola no. Mi muerte me acompaña. Estoy hecha de pedazos: un ojo, un pie, un brazo pegados a mi tímidamente. Soy el tenaz renacuajo que sigue peleando por su vida en un mugroso charco de lodo, que se va secando rápidamente por el sol de mediodía.
Aquí estoy, sin nada, desnuda, sola y hambrienta. Atestada de un hambre que no se sacia. Devoradora, insatisfecha, violenta… Lo quiero todo, mi absurdo intento de llenar la nada. La muerte, eterna hambrienta, me ha castigado con un hueco en las entrañas. ¡Meter, meter, meter! ¿Para qué? Para que todo salga sin remedio como un colador. Eso soy, un maldito colador que nada se queda más que con los enormes agujeros de su existencia. Y si nada se queda hay que expulsarlo todo. ¡Afuera, afuera, afuera! Nada, nada en mí. Solo ácidos gástricos y aparatos oxidados. (Del techo comienza a caer sal en un fina línea. Esto se hará constantemente hasta convertirse en un montículo)
Aquí sigo… sola, hambrienta y abandonada. Frente a ti que me miras, mejor dicho, que crees que me miras. Te enseño mis intimidades, mis huecos y anhelos. Tú no me miras.
Mañana podríamos toparnos en la panadería o en un café y sería para ti un rostro desconocido. Yo tampoco te miro. (Con sus dedos toma un poco de sal y se lo lleva a los labios, lo saborea tiernamente y con mucha calma) No puedo reprochártelo, no sé quién eres ni cómo te llamas. ¡Qué mas da quien eres! Quiero lo que tú quieras, quiero lo que tú tienes, (Cada vez irá comiendo más sal hasta atascarse) ¿No ves que estoy vacía? No, no lo ves porque el vacío no se mira. Incorpórea me he vuelto.
Quiero tu aliento, quiero lo que deseas, quiero lo tienes, quiero tus sueños, quiero lo que te duele, quiero lo que amas y lo que odias, quiero tu vida, quiero tu ropa, tu pelo, tus ojos, quiero tu lugar, quiero a tu madre y a tu padre, quiero tu trabajo y tus hijos, a tu perro y a tu gato, a tu vecina y a tu viejo amigo de la escuela, quiero ser tú, quiero tu muerte y lo que traigas en los bolsillos. ¡Lo quiero todo! ¡Quiero me ames, que me odies, que digas mi nombre y que me maldigas! Quiero comerte y desparecerte, te quiero aquí y te quiero muy lejos. (Se baña en la sal)
¡Quiero vivir y morir, que me dejen y que me quieran…!
¡Quiero que me mires, ¡MÍRAME! ¡MÍRAME YA! ¡Mírame solo a mí! (Gritando) ¡Mírame!
¿Qué tiene de malo desear? ¿Quién dijo que desear es pecado? Tal vez aquellos que lo tienen todo, aquellos que a los que les basta una rama y una hoja. Pero a mí no me colma nada, todo me atraviesa, llega y desaparece. Nada puede calmarme porque nada me llena. Es culpa de la muerte, que me dejó aquí a medio morir eternamente, hija bastarda de la muerte, madre terrible y devoradora, me ha dejado aquí sola y hambrienta, devastada porque busco un alimento que no se sequé antes de entrar a mi boca, una que no me sepa a cal y ceniza.
Soy una máquina que procesa, qué devora, qué tritura, qué muele y machaca, que exprime, que escupe, que abandona… ¡Comer, comer, comer, desear, comer para que la angustia no me lleve! (Se acuesta en el piso como una pequeña sola)
Soy Madamme Butterfly, esperando lo que nunca ha de llegar.
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