…el poder simbólico es, en efecto, ese poder invisibleque no puede ejercerse sino con la complicidad de los que no quieren saber que sufren o que lo ejercen. 

Pierre Bourdieu

Miles de turistas vienen cada año  a nuestro país,  atraídos por una campaña de markenting cultural y turístico que realza de manera orgullosa las tradiciones y la diversidad de las culturas populares. Entre la lista de los atractivos culturales que se ofrecen y explotan, se encuentra  el exótico  universo de lo indígena,  como la  raíz idiosincrática y origen cultural de México.  Pero más allá de esta ficción que introduce al país 19.2 millones de turistas internacionales y  una entrada de divisas de 11 mil 153 millones de dólares por año, existe la contraparte, donde alrededor de  15 millones de personas que tienen y ejercen como identidad cultural, la herencia de los antiguos pueblos americanos, sufren los  más altos índices de discriminación en nuestro país, convirtiéndose en el sector más vulnerable de la población, siendo rezagados tanto en educación, empleo, salud, justicia y vivienda.

La separación anquilosada entre ser “mexicano” y ser “indígena” ya acota una posible igualdad, (sin que se trate de una anulación u homogenización)  que no ha sido posible debido a una serie de problemas ideológicos que se arrastran desde la  denominada “Conquista”. El indígena subyugado no ha podido liberarse de la humillación y el desprecio del hombre occidental, pese a sus esfuerzos por una dignificación de su cultura.

Aun cuando la aparición del EZLN en 1994, colocó en la mente de muchos la existencia de los llamados pueblos indígenas y, puso en jaque al gobierno priista en su idea de Nación[1], obligándolo a incluirlos en su gran proyecto como personas reales y no como la mitificación creada tras la Revolución Mexicana y exacerbada por el muralismo mexicano. Lo cierto es que  las circunstancias y  la visión sobre el indigenismo en México no ha visto cambios significantes.

Durante todo el siglo XX, se incitó a la idea de homogenización cultural para constituir una identidad nacional post revolucionaria, digna de la modernidad. Las castas, el mestizaje, los indígenas, e hijos de europeos se unificarían en el concepto de “el mexicano”.  Esta homogenización, inspirada en el pensamiento europeo colonialista, plantea que los pueblos indígenas debían ser instruidos para solventar su atraso educativo  y carencias  culturales y así lograr una integración que permitiera el desarrollo de la nación.  Figuras como la de Vasconcelos, el bautizado “El apóstol de la educación” con  sus “Misiones culturales” se apoyó en los maestros rurales para logran tan ambicioso proyecto de “identidad”.

Así, se introdujo  la idea en la población que  para evitar el rezago y la marginación, los pueblos originarios,  debían abandonar sus creencias y costumbres e integrarse a la cultura occidentalizada. Está idea se arraigó y trajo a miles de personas provenientes de  las regiones indígenas a la urbe.

Pero esto no ha sido una conquista ideológica para todos los pueblos originarios, algunos han tomado el camino de la resistencia, la defensa de su autonomía política, de su tierra, de sus usos y costumbres.  Una lucha que se enfrenta contra el acaparamiento institucional y mercantil del neoliberalismo. Pueblos que han sufrido el hostigamiento político y social, por regirse bajo sus propios mecanismos y defender el derecho a la convivencia, diversidad cultural y el respeto a sus tierras. En consecuencia, han sido ignorados y apartados por el Estado, quién no los considera dentro de las políticas de desarrollo urbano y  económico.

El  caso de otros  pueblos, es el de la completa inexistencia y olvido,  la realidad de esas localidades, resultan más cruda y terrible, víctimas del tráfico de órganos, tráfico de mujeres y niños,  explotación  laboral y sexual.

En las entrañas y en  la superficie de ser indígena en nuestro país,  está la “violencia simbólica”[2], ejercida de manera invisible y soterrada por aquellos que replican las prácticas construidas por el poder que legitima. Pierre Bourdieu, quien utiliza el término de “violencia simbólica”,  añade que estas prácticas  sólo se ejercen en colaboración de los afectados.

Las múltiples acepciones negativas atribuidas  a lo largo de tiempo al término indígena[3], quedan muy lejanas del significado original de la palabra[4]. Estas acepciones quedan reforzadas por actividades de exclusión y  marginación que añaden al término un valor de denigración y perjuicio.

Ante tales prácticas, durante años, poblaciones originarias  que sobrevivieron al mestizaje se han encontrado en la disyuntiva de la “resistencia” o la “agregación”.  La dinámica de añadidura al pensamiento y vida del poder regente se ejecuta solamente por medio de la “Invisibilidad”, la adhesión  a la sociedad occidentalizada  es sólo una utopía que considera la integración si es  que el que se yuxtapone no afecta  a la sociedad establecida.   La “Invisibilidad” ha sido el camino de miles de indígenas migrantes  que borran todo lazo con sus comunidades, por ende con su cultura, en busca de contrarrestar la discriminación y marginación  que padecen por su origen.

La Unidad de Apoyo Académico a Estudiantes Indígenas de la Universidad Autónoma del Estado México, estuvo trabajando durante el 2003 y 2005 con estudiantes universitarios de procedencia indígena. Como resultado escribieron un artículo titulado: “Los indígenas son mis padres, yo ya no. El día que Ángel decidió dejar de ser indio.”[5] Ángel es un estudiante de  Derecho en la UAEM, quien participó con su testimonio para la realización de estudios sobre la integración de estudiantes indígenas. El caso de este joven mixteco es el reflejo de muchos otros indígenas que viven en la Ciudad de México “invisibilizados” en las universidades, en empleos informales, en la Seguridad Pública o Federal,  el Ejército, empleos domésticos y  en la construcción, entre otros.  Ángel, a partir de su testimonio, pone en crisis  el término indígena una vez que  él decide renunciar a ser mixteco: “Cuando llegué aquí a estudiar, me di cuenta que no sólo me vestía distinto, sino que también hablaba distinto, y comencé a sentirme distinto. Luego vinieron las palabras despectivas, ofensivas: “eres un indio”, “a ti sí te bajaron del cerro a tamborazos”. Se rieron de cómo caminaba, de cómo pronunciaba. Yo sí me sentí discriminado, y por ello dejé de decir que era indígena.” La renuncia de este joven mixteco a una identidad mancillada, no sólo muestra la conquista y poder de la “violencia simbólica”, que se impone  legitimando la dominación de la negación del indigenismo, sino que además habré una serie de preguntas: ¿Qué es ser indígena? ¿Se puede dejar de serlo? Dice Ángel: “yo sí soy de Temoaya (municipio identificado como fundamentalmente indígena), pero no soy otomí… Mis padres sí son indígenas, yo no”.

Miles de personas consideradas  indígenas, provenientes de todo el país, han renunciado, transculturizado e invisibilizado con el objetivo de dejar de ser y ser el otro. Otros luchan por el reconocimiento  y respeto a sus modos de vida y cultura, otros más viven en el olvido y no cuentan  siquiera con un registro de población.

Ese “indígena” que  ha decidido renunciar  a una cultura despreciada por la sociedad, es mirado como el traidor, no sólo dentro de su comunidad sino por el resto de colectividad, “el traidor” que niega y abandona a los suyos  en el  fútil intento de la integración.  Aquí, no sólo se trata de una aspiración social, tiene su implicación directa con el concepto  “identidad mexicana” y en los múltiples problemas sociales como desigualdad,  desempleo, calidad educativa y salud.

En nuestra sociedad existen dos nociones de lo mexicano, la primera pertenece al  cómo nos vemos a nosotros mismos  y la segunda es una idea fabricada por los medios masivos de comunicación, que alimentan la representación errada sobre  el estilo y costumbres de pueblo mexicano,  donde  el liderazgo lo lleva televisión, con sus programas de teleseries moralinas, telenovelas abarrotas de una ideología aspiracional, anuncios  que crean consumidores de estatus inalcanzables  y programas de reality show que denigran a la tal llamada “Clase baja”, todos esto convive  con propaganda política, donde lo indígena queda olvidado o bien sublimado en estereotipos románticos de los campesinos, artesanos y la diversidad cultural.

“No soy indígena” la sentencia que ha sido declarada en lo oculto por miles de personas.  Una sentencia que surge desde el dolor y la vergüenza. La  abdicación necesaria para evitar el daño. No es una crisis de identidad, es el mecanismo para superar la reprensión de un enemigo invisible y que ataca con toda impunidad.

“No soy indígena” esa frase me resuena, no porque me resulte extraña, sino porque alguien lo  ha pronunciado en voz alta ante la sociedad,  lo impronunciable,  se ha dicho, lo que miles  han callado, esa decisión que  en lo más profundo de ellos se han prometido.

Esa frase articulada por ese joven mixteco, me apela. Yo soy un caso de tantos que nos educamos en la ambigüedad de una identidad. Mi madre es una indígena mixe, que llegó a la ciudad desde muy pequeña y mi padre un afro mestizo y descendiente de europeos.  Ellos eliminaron su pasado, rompieron con todos los lazos y se alejaron de sus familias, su pasado era clandestino, algo que no debía conocerse, no sólo se trataba de la vergüenza, sino que aquello era malo. Y no deseaban ser estigmatizados como pobres, ignorantes y  malolientes.

¿Cómo son y cómo se ven estos hombres  y mujeres así mismos?  Han  declinado a su cultura y se sumergen  en una ciudad donde conviven con hombres y mujeres que al igual que ellos niegan  y se crean una nueva identidad en pro de la aceptación.

Esa ficción de la mexicanidad, que se crea en las calles, donde las personas se representan así mismas como una versión aceptable,  va generando grietas en la personalidad de los individuos, al grado de no verse más reflejados en aquello que alguna vez los definió.  Se  disocian  y aceptan el rol del dominante, aunque siga siendo una ficción, pues vive en lo oculto: “La vida  en el capitalismo tardío es un rito permanente de iniciación. Cada uno debe demostrar que si identifica sin residuos con el poder por el que es golpeado.” M. Horkheimer y T. Adorno.


[1] La práctica de la antropología y de la arqueología se desarrolla estrechamente con el nacionalismo y las políticas del Estado para construir  identidad nacional y legitimar el poder hacia el extranjero  y hacia la nación.  Es el inicio de la institucionalización de estas políticas que se manifiesta, según Suárez, en la construcción de  monumentos de héroes prehispánicos, en la museificación del indio del pasado y folklorización del indio contemporáneo, en los proyectos arqueológicos de centros ceremoniales del período clásico, Monte Albán, Xochicalco y  Teotihuacán. Indígenas en la antropología mexicana: conceptos y representaciones. Alicia Castellanos Guerrero.

[2] Pierre Borourdieu, define como violencia simbólica: esa violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas <<expectativas colectivas>>, en unas creencias socialmente inculcadas.

[3] Pueblo, sujeto social y de derecho, ciudadano étnico, sujeto autonómico son las nuevas categorías con que los antropólogos definen al indígena. Indígenas en la antropología mexicana: conceptos y representaciones. Alicia Castellanos Guerrero.

[4]a) Indígena, según la RAE: Originario del país.

b) La antropología del siglo XIX definirá como  Indio, indígena, raza, tribu aborígenes: el Otro a través de categorías de raíz colonial, india, indígena, de uso exclusivo para los grupos sociales considerados atrasados, primitivos, y raza, un apelativo de uso más genérico, raza civilizada, raza indígena, denotando un sentido biológico. (http://www.enelvolcan.com/ago2013/276-indigenas-en-la-antropologia-mexicana-conceptos-y-representaciones)

[5] Los indígenas son mis padres, yo ya no. El día que Ángel decidió dejar de ser indio/ The Amerindians are my parents, I already not. The day that.  Angel decided to stop being Indian. Diana Castro Ricalde* y Aristeo Santos* Revista Latinoamericana de Educación Inclusiva.